La hora del silencio

| domingo, mayo 14, 2006

Esperando la lista de jugadores para el próximo Mundial, y después de tanta cháchara, resulta inevitable no caer en el lugar común. Ese que nos lleva a decir que éste es un país con gran cantidad de hombres con enormes potencialidades, aquellas que de un día para el otro los llevarían al estrellato, la gloria o, sospecho, a la más pura de las ostentaciones.

Esa impura costumbre más porteña que de cualquier otro lugar. El sentir que todos podríamos estar en un lugar de privilegio cuando ni siquiera podemos asumir el lugar del par. Imaginados y en semejanza encuentro a esos que se burlaron largos meses del pasado de Pekerman como chofer de taxi. Como el ridículo de quien parece más calificado solo por mejor ostentar. Sin embargo, es Pekerman -junto con sus colaboradores- quien elige y delinea el equipo que va a representar a nuestro país.

Los jugadores, como parte del mismísimo juego, solo pueden gustar o no gustar. Sus actitudes algunas veces pueden ser decantaciones de sus personalidades, pero nada que así amerite el odio o la irracionalidad. La que tantas veces generó violencia. Esa que siempre surge com venganza ante las "tragedias" como pueden considerarse en nuestras latitudes, un "objetivo no cumplido". Pero sin embargo, son sólo esos 23 que mañana nombran aquellos que pueden hablar del tema.

Desde este lindo espacio, trato de hacer un llamado a la racionalidad. A entender el juego por el gusto y dejar la inconsciencia social para el olvido. A no tener que seguir ese patrón del "periodista de opinión" que baja línea sin aportar. Simplemente, porque son sólo ellos los que van al Mundial, a jugar, a ganar o a perder. Nadie más que ellos.

Si no lográramos entender esa diferencia, nos transformaríamos en algo peor que un país vendebananas. Seríamos el sueño incumplido de lo que nuestro único parecer no pudo ejercer como voluntad indeclinable. Seríamos unos enormes estúpidos de no poder estar disfrutando del juego.

Por eso, a los 23 que vayan, por elección, por amistad, por merecimiento o por negociados, tenemos que desearles lo mejor. Con la suficiente distancia de quien nunca estará allí para vivirlo. Solo podrá apreciarlo, disfrutarlo y compartirlo con sus pares. Y si así no lo hiciere, que Dios y la Patria se lo demanden.