La creencia popular nos dicta que durante años el Mundial de fútbol, el mundial deportivo por excelencia, ha sido bastardeado, ensuciado por no decir ultrajado en sus mismas raíces. Aquel acontecimiento que creó Jules Rimet esperando con él fomentar la practica del deporte y junto con ello valores como el honor, la lealtad, la sana competencia… Ha ido, como la mayoría de los ideales, perdiendo el lustre, el brillo para ser opacado por el mercantilismo.
Desde la Italia campeona haciendo el saludo fascista, pasando por los diversos boicots de los bloques del este o el oeste, hasta el lamentable pan y circo del 78 y la “manito” del 90 para que una Alemania recién unificada pudiera amalgamarse detrás de un triunfo deportivo (pegamento que no dura pero confunde). La copa ha sido y será mancillada.
Entonces se impone la pregunta ¿Cómo sobrevive? ¿Cómo sigue siendo el espectáculo que cada 4 años mas pasión y fervor acapara? La respuesta hay que buscarla en el juego en si, en los jugadores. La armonía de una gambeta bien ejecutada, de una pelota buscando en el ángulo la perfección (como si siempre hubiera estado predestinada a terminar ahí), el cambio de frente al pecho o la sencilla sutileza de un pase al vacío (donde más el vacío puede construir algo). El juego tiene la capacidad de retroalimentarse, de eliminar las falencias creadas por el hombre. Es así y no de otra manera que se construyen gestas como las del Maracanazo, planteles como el holandeses de los 78 (quienes rechazaron el 2° puesto como acto de repudio a la dictadura). Solo esta retroalimentación explica como una pelota de cuero sirve para que países enteros se tomen revanchas no sangrientas (México 86 Argentina – Inglaterra) para que colonias independizadas se den lujos hasta entonces impensados (Senegal dejando afuera a Francia) para que baños de sangre como la guerra civil que asola Costa de Marfil se den una tregua… De que otra manera se explica que el primer acontecimiento masivo de Irak después de la invasión Yankee sea un partido entre la Selección nacional y los marines. Escape a la victoria existió y el final quizás haya sido menos glamoroso (los ejecutaron a todos) que un escape mientras el publico entona la Marsellesa. El fútbol vive de lo que el fútbol crea y no de los que creen controlarlo. El pobre Rimet puede dormir tranquilo, no es el juego el que falla, ni tampoco sus ejecutores. Tan solo son las hienas que ven en él un negocio pero que no pueden hacer nada contra el espíritu de una número 5.
Desde la Italia campeona haciendo el saludo fascista, pasando por los diversos boicots de los bloques del este o el oeste, hasta el lamentable pan y circo del 78 y la “manito” del 90 para que una Alemania recién unificada pudiera amalgamarse detrás de un triunfo deportivo (pegamento que no dura pero confunde). La copa ha sido y será mancillada.
Entonces se impone la pregunta ¿Cómo sobrevive? ¿Cómo sigue siendo el espectáculo que cada 4 años mas pasión y fervor acapara? La respuesta hay que buscarla en el juego en si, en los jugadores. La armonía de una gambeta bien ejecutada, de una pelota buscando en el ángulo la perfección (como si siempre hubiera estado predestinada a terminar ahí), el cambio de frente al pecho o la sencilla sutileza de un pase al vacío (donde más el vacío puede construir algo). El juego tiene la capacidad de retroalimentarse, de eliminar las falencias creadas por el hombre. Es así y no de otra manera que se construyen gestas como las del Maracanazo, planteles como el holandeses de los 78 (quienes rechazaron el 2° puesto como acto de repudio a la dictadura). Solo esta retroalimentación explica como una pelota de cuero sirve para que países enteros se tomen revanchas no sangrientas (México 86 Argentina – Inglaterra) para que colonias independizadas se den lujos hasta entonces impensados (Senegal dejando afuera a Francia) para que baños de sangre como la guerra civil que asola Costa de Marfil se den una tregua… De que otra manera se explica que el primer acontecimiento masivo de Irak después de la invasión Yankee sea un partido entre la Selección nacional y los marines. Escape a la victoria existió y el final quizás haya sido menos glamoroso (los ejecutaron a todos) que un escape mientras el publico entona la Marsellesa. El fútbol vive de lo que el fútbol crea y no de los que creen controlarlo. El pobre Rimet puede dormir tranquilo, no es el juego el que falla, ni tampoco sus ejecutores. Tan solo son las hienas que ven en él un negocio pero que no pueden hacer nada contra el espíritu de una número 5.