Sólo el resultado

| sábado, octubre 11, 2008


Cuando a los 12 minutos del primer tiempo Argentina estaba dos goles arriba de Uruguay y se floreaba con toques y "oooleee's" que llovían del público, todos pensamos que, finalmente, la situación se había revertido. Pensamos que el Coco Basile había implementado el trabajo y encontrado el rumbo y que aquellos partidos lamentables en los que las carencias tanto de juego como de orden se ponían al descubierto constantemente habían desaparecido para convertirse nuevamente en un conjunto de individualidades que, al fin, conformaban un equipo...
Pero no. Fueron tan solo esos minutos los que reflejaron una Argentina renovada, porque luego todo volvió a ser como era. Y más aun con el inicio de la segunda etapa: el caos se apoderó de la Selección, que era representada por un montón de jugadores corriendo detrás de una pelota y chocándose entre si sin el más mínimo orden y trabajo táctico. Las únicas situaciones de riesgo creadas provenían de acciones inidividuales aisladas o accidentales favorecidas por rebotes.
Para colmo, muchas de esas individualidades ya no funcionan de manera individual, valga la redundancia: Riquelme es casi un ex-jugador que, apenas recibe la pelota, mira hacia atrás y retarda toda acción de peligro. Tévez es puro ímpetu y empeño, pero eso no alcanza cuando todas las acciones terminan en los pies del rival. Messi y Aguero aun no se complementan de manera satisfactoria y utilizan repetidamente el recurso de la gambeta vertical individual, que deriva, casi unánimemente, en choques con la defensa rival.

Pero claro, más allá de las deficiencias notorias de la Selección Argentina, hay que hablar de dos factores que, uno debe reconocer, influyeron en el desarrollo del juego. El primero tiene que ver con la actitud de los jugadores uruguayos, que fieles a su historia, piensan que el fútbol es ese lejano deporte que se disputaba en Florencia y que terminaba con varios hombres muertos. El corte constante de las jugadas mediante faltas violentas hace que el juego se ensucie y se enraresca el ambiente. Y el segundo factor fue el árbitro del partido: el paraguayo Torres permitió que todo lo anterior sucediera mediante una permisividad alarmante. Para colmo, reiterados fallos hicieron pensar que su verdadera intención era favorecer al visitante, y sino no se entiende la amonestación a Riquelme cuando posteriormente no actuó de la misma manera frente a un jugador uruguayo que cometió la misma infracción; o cuando castigó con tarjetas amarillas a hombres argentinos por faltas menores, y dejo pasar por alto terribles faltas que podrían haber terminado con una grave lesión de algún jugador nacional.

Pero sin embargo, y como veníamos sosteniendo, estos factores influyeron pero no fueron determinantes por completo, ya que el deficit muy marcado en el juego y el orden argentino se refleja a flor de piel en cada partido. Hoy, una pequeña ráfaga de fútbol y de efectividad nos engañó por un rato, pero a medida que corrían los minutos nos fuimos dando cuenta de que lo único rescatable del partido era el resultado.