“La imaginación al poder”, así rezaba uno de los tantos eslóganes que los estudiantes franceses proclamaban en las calles de Paris. “Todo es posible” “Pidamos lo imposible” pedían los jóvenes a viva voz. Es hora de hacerse eco de aquellos gritos, es hora de pedir los imposible y de que la imaginación reine. Solo a burócratas, enquistados en grandes sillones y en puestos de poder, solo a sapos de trajes grises sin más imaginación que un billete de 1 dólar se les puede ocurrir que los festejos pueden ser plausibles de amonestación. Siguen cercenando el espíritu del fútbol, ya no vale levantarse la remera con una dedicatoria en ella, ya no vale sacar una mascara, ni revolear la casaca con euforia… ¿hasta cuando durara el veto a la expresión?
Gritar un gol es el descargo lógico y consecuente que debe acompañar a la culminación de todo tanto. Un festejo que (según la medida y la importancia del encuentro) puede tener una ansiedad contenida de días, meses o años. Tomemos el caso de Veron o del Kili sin ir más lejos. 10 años esperando gritar un gol con la camiseta que los vio crecer, 10 años acumulando deseo y ansiedad. ¿Cómo no gritarlo entonces? ¿Cómo no colgarse del alambrado?
Pero el frío reglamento no contempla sentimientos, el reglamento no sabe de regresos, de resignación de dinero, de alegría contenida. No. La ley pide chivos expiatorios para la violencia que pocas veces tiene que ver con la consecuencia de un grito de gol. No gritemos, no bailemos, hagamos del gol un elemento anodino que tan solo nos marca el resultado de un encuentro. ¿Quién quiere gritar un gol en el minuto 93? ¿Quién desea festejar un empate sobre la hora? Preferimos que algunos hipócritas justifiquen con en el exceso de festejo la violencia. La mayor evidencia de nuestra falta de educación es la imposibilidad de festejar en exceso o en demasía (¿se puede ser excesivamente feliz?) nuestros logros ya sea este un gol u otro acto similar. Por eso hoy mas que nunca levanto aquella proclama de 1968 “Pidamos lo imposible” que nos dejen gritar un gol sin amonestarnos ¿Quién sabe, quizás disfrutemos de ello?