“No se que es la poesía pero reconozco que poseo una notoria habilidad a la hora de reconocerla en cualquier lugar” la frase de Jorge Luis Borges sintetiza (además de la posición del autor en cuanto a determinada estética del arte) en cierta medida mi mirada del deporte practicado en su máximo exponente y en particular en el fútbol que es el tema que nos atañe aquí. La pregunta cae de madura ¿Es el fútbol arte? ¿Puede un caño, una pisada, una gambeta alcanzar un verso de Quevedo, una frase de Neruda? Trataremos en esta disertación de probar esta hipótesis.
Macedonio Fernández (eximio poeta, filósofo y libre pensador) pregonaba que el arte, la poesía, debía ser repentina, fugaz. En mas de una ocasión Norita (hermana de Borges) fue invitada a escribir su nombre por el poeta en una servilleta y abandonarlo ya sea en un parque, una confitería o en medio de la vía publica con la incertidumbre de llegar o no los ojos de un lector anónimo. ¿Qué buscaba Macedonio con este efecto? Acaso la máxima budista sobre si una árbol que cae en medio del bosque hace o no ruido al caer si no hay nadie para atestiguarlo se pueda aplicar aquí. O tal vez el poeta buscaba oponerse a la afirmación de que no existe obra sin público. Que mejor demostración de existencia que la obra leída por un publico anónimo, una obra perdida que puede acabar en la alcantarilla o pasar de mano en mano, generación tras generación a través de un grupo de lectores indeterminado. La obra existe, tan solo el autor no tiene el control sobre su rumbo. El fútbol y esta hipótesis Macedonia se tocan en cierto punto, una pisada en medio de un partido, una gambeta que no culmina en gol (detalle trascendente) un gesto técnico que deja a uno o dos marcadores en el camino pero que no prospera en el terreno de juego y termina convirtiéndose en un intrascendente lateral en mitad de cancha. Todos estos actos ¿están condenados al olvido? ¿Están marcados por su relativo éxito a perderse a desaparecer? Una lectura menor sobre el tema puede indicarnos que es así pero nada mas lejano. Esa gambeta, ese túnel, ese regate contra la línea de cal son capturados por un grupo mínimo de espectadores en su plenitud. ¡Si!, todos en el estadio lo pueden ver pero solo un minúsculo grupo de elegidos (que cambia o muta de acorde al partido o el hecho que les llama la atención) tiene o tuvo la capacidad de retener el momento, atesorarlo en toda su magnitud. Ellos saborean el instante, lo protegen en su retina primero y posteriormente lo dotan de vida propia en su recuerdo al hacer de el una narración personal, una suerte de tradición oral urbana que vivirá del boca en boca adquiriendo nuevos elementos primero y abandonando defectos y virtudes hasta que varias versiones del mismo suceso terminen por encontrarse en un lugar neutral como una charla de café. Por supuesto que no son comparables estos momentos con un gol antológico que puede ser visto y repetido una y otra vez en la t.v pero es justamente su carácter fugaz y efímero lo que los dota de ese brillo que reluce igualándolo con una obra o un verso. Pues no hay que olvidar que como dijo Don Francisco “Ya no es ayer, mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue…” y esta condición la de presente convirtiéndose en pasado para perpetuarse en futuro es la que nos marca junto a la versatilidad del grupo de receptores de turno el carácter poético del fútbol. Por último el fútbol al igual que la poesía comparte la cualidad de ser infinita rasgo netamente vinvulado al arte.