A partir de la década del 90, cuando el contexto mundial y las fluctuaciones económicas desvelaron y acentuaron la brecha entre ricos y pobres, no pocos ámbitos cambiaron. En nuestro país, adjunto el sello corrupto del funcionario público, se vivieron momentos muy desagradables bajo increíbles discursos que diagnosticaron imposible el cambio sin trauma; los ahorros de miles de ciudadanos fueron incautados por las sedes de los bancos extranjeros cuando la devaluación del peso frente al dólar, mientras la policía reprimía con gases lacrimógenos y los cacerolazos y saqueos se contagiaban en las grandes ciudades.
El fútbol no puede ser ajeno. El pico de tensión se vivió en 2001, cuando Rácing daba una desapercibida vuelta olímpica después de 35 años mientras renunciaba el presidente de la Nación con la Plaza de Mayo tomada y al cabo de una semana pasaban cuatro presidentes por el sillón de Rivadavia. Pero, obviamente, el cuadro de situación estaba configurado en tiempos de la presidencia anterior, iniciada cuando caía el muro de Berlín.
Desde entonces el fútbol mundial viene sufriendo enormes cambios en su estructura económica. Del mismo modo, la desvelada y enfatizada brecha entre ricos y pobres dio lugar, por ejemplo, a publicar la pretensión exclusivista del G14 en pos de competitividad, a la reformulación de contratos publicitarios y televisivos que adquirieron proporciones desconocidas y desmesuradas, a demandas, objeciones e indemnizaciones por jugadores de equipos y selecciones, a cotizaciones bursátiles o a la directa venta de clubes a grupos empresarios: un producto llamado fútbol.
Así vemos hombres multimillonarios haciéndose de los clubes ingleses y grupos inversores multinacionales dispersos e infiltrados en el mercado futbolístico que ya no tiene bandera.
Luego publicado en LA PELOTA NO DOBLA.