| martes, febrero 10, 2009


Para gente mal pensada como yo, la actitud de Diego Maradona frente a la negativa de Boca en complicidad con la AFA de no cederle a Riquelme y Battaglia para el amistoso frente a Francia, es como mínimo sospechosa.

En congruencia con mi pensamiento acerca de la actual selección, entiendo que las posibilidades de JR se verán comprometidas de cara al Mundial 2010 y sujetas exclusivamente a su rendimiento.

Tal vez con la idea de no generar resentimientos (ni vedeteadas), el Diego optó por una salida inteligente y sutil: arreglar con el Pope que Boca juegue el Domingo, o mejor dicho, no mover la grilla en absoluto. De esta manera puede armar un equipo más combativo sin resingar gente que cubra las espaldas detrás de Román y probar variantes sin tener que verle la cara de ojete en el banco.

Quizás de este modo el ego del armador (y el de unos cuantos millones de argentinos bosteros también) no se vea herido en caso de precisar sus servicios nuevamente, Además de los celos que le genera ser el segundo en importancia.

La poesía de Riquelme ocasionalmente se transmite como falta de actitud y por momentos fastidia, aburre y quita el ánimo. No tengo una sola imagen suya en el piso. El fútbol moderno exige sacrificio y eso ya no es novedad. Diego sabe que en instancias decisivas la pasividad del jugador en cuestión puede hacerle creer que se equivocó al darle la manija del equipo, porque con él no hay otra manera: o se la das, o no lo llevás.

Maradona tiene muchas decisiones que tomar para encauzar este barco lleno de estrellas pero sin timón. De momento, con mano firme y su prodigiosa cintura viene surcando el océano en un chinchorro rajado.