Los árbitros

| martes, octubre 02, 2007


Definitivamente, los personajes más importantes en este campeonato no son pibes que recién debutan, figuras internacionales o técnicos muy capaces: son los referees. Durante todo lo que va del torneo, se vivieron una y mil situaciones con fallos muy controvertidos de los árbitros dentro de la cancha. Que fue penal, que no fue penal, que adiciono 5, que adiciono 7, que adiciono 9...en fin, cada uno de los fallos de los árbitros vuelve a ser discutido, en el resumen de la fecha, una y otra vez por gente que muy pocas veces nada sabe del reglamento (como supo decir, aunque de forma desafortunada, Pablo Lunati). Más allá de todo esto, hay algo que es claro: los árbitros son malos. Muy malos. El nivel del arbitraje en Argentina ha ido decayendo, principalmente, desde el retiro de Elizondo, un tipo que si bien en el Mundial dirigió impecablemente, acá en Argentina nunca tuvo ese temple y esa rigurosidad con el Reglamento (para aplicarlo a la perfección). Y creo que acá tenemos el ejemplo perfecto para entender la razón de los pésimos árbitros que tenemos: dirigen en Argentina. Argentina, un país donde el fútbol pasó de ser un simple entretenimiento, a ser una guerra domingo a domingo. Donde si un árbitro se equivoca, no le cabe pena menor a 10 años de prisión y 5 de torturas múltiples. Donde si un árbitro se equivoca, la gente se siente como si le hubieran sacado plata del bolsillo. Donde si un árbitro se equivoca...es el fin del mundo, e inevitablemente, hay que romper todo. Este fanatismo irracional (hace rato dejó de ser pasión) no es otra cosa más que, claro está, un chivo expiatorio de la gente que, no pudiendo realizarse en su vida cotidiana, ve al fútbol como un escaparate para insultar, para gritar, para cantar y también, por qué no, para agredir. Todo está metido en una gran bolsa. Que los árbitros sean extremadamente malos tiene mucho que ver con saber que, de sancionar mal un penal o de expulsar mal a un jugador, difícilmente no salgan en patrullero del estadio. Tiene mucho que ver con que, si se arriesgan y sancionan algo que "nadie sanciona" (algún agarrón en el área, en un córner) va a tener a un 75% de la gente y del periodismo al grito estúpido de "si eso nadie lo cobra...". Tiene que ver con el "a todo o nada" que se vive en el fútbol. En otra épocas (sin irme tan lejos como para compararlo con otros países donde se vive con más coherencia el fenómeno del fútbol, porque evidentemente hay otra cabeza en la gente allá) los árbitros tenían personalidad, no tenían miedo, sancionaban lo que a ellos les parecía y no les temblaba el pulso. Hoy vemos un Laverni que, luego de inventar un penal para San Lorenzo (sí, el mismo que tuvo a Ramón Díaz, a Savino y a Tinelli hablando durante una semana de "cómo lo perjudicaban a San lorenzo con los arbitrajes" ¿casualidad o causalidad?) consulta con el línea, reconoce que se equivocó y...y lo cobra igual el penal. Sí, lector (?): el reglamento dice que podía volver atrás. Pero eligió mantener la ¿coherencia? y dictar la pena desde los 12 pasos. Si decidía eso: ¿no debía echar a Navarro por último recurso? Sí. ¿Se hubiera animado? NO. Ahí está la cuestión. En Argentina los árbitros no se animan ni a elegir algo y quedarse con eso. Constantemente son objeto de presión por parte de jugadores, DTs, hinchas y superiores que piden cada vez más y más exactitud en la toma de decisiones.

Si el fútbol se vive como una guerra: ¿por qué no se los va a ver a ellos como asesinos cuando se equivocan?